En cuanto a la obra de teatro que ayer mismo pudimos disfrutar mi opinión es totalmente opuesta. Aquí no hay artificio alguno sino una muy buena representación para una muy buena obra. La próxima vez que vaya al teatro lo primero que haré será llevar un saco lleno de caramelos para la tos y repartirlos entre el público ya que todo el mundo en la sala pareció ponerse de acuerdo o bien para ponerse enfermo o bien para improvisar un concierto molesto para los que intentábamos oir los diálogos de los excelentes actores. Otra cosa que sugeriría al público es leer el argumento de la obra que en cuestión se vaya a representar y si no les gusta no vayan. Valen todos los motivos por los que se quiera ir al teatro, desde fardar de intelectuales hasta asistir por aquello de: "para algo que traen diferente habrá que ir, ¿no?". Pues sí, pero a molestar no. Sobre todo porque con los constantes bufidos, comentarios, movimientos incómodos y, por supuesto, la tos no había quien pudiese enterarse de nada. Pobre sonido el del teatro.
Centrándome en la obra y después de haber comentado que el trabajo de los actores me pareció brillante, un derroche de profesionalidad y lejos, muy de lejos de otras obras que hemos podido ver en este mismo teatro, el argumento me pareció amargo, triste y obsesivo, inteligente y decadente en su ambientación pero con palabras y frases perfectamente bien escogidas. Tal vez no era una obra indicada para un determinado público de Melilla. Tal vez no era, como dijeron sus propios protagonistas, de esas en las que las emociones deben ser básicas: reir o llorar. Tal vez había que seguir el texto y sus matices, reflexionar y masticarlo para disfrutarla y no era el día ni la hora idóneas para mucha gente. Tal vez pero a mis amigos y a mí, por una vez, nos gustó.
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